cómics en el kiosko de mi pueblo. Os hablo del año 1993 ó 1994, aproximadamente. En concreto, había uno que siempre me llamaba poderosamente la atención. Lucía en el escaparate, en lo alto de un estante, y debía llevar ahí al menos un par de años, tiempo suficiente como para que el sol del día a día hubiese descoloreado la portada. Además de su privilegiada posición, también destacaba por ser un libro muy voluminoso, pues venía en tapa dura y contenía muchísimas páginas -algo poco corriente en unos tiempos en los que el formato grapa seguía bien presente. El título evocaba al misterio, pues hacía referencia a historias jamás contadas, casi como relatos que debían permanecer ocultos. Se indicaba también que pertenecían concretamente a algo llamado la Edad Dorada, un concepto que, por aquel entonces, yo ignoraba completamente... pero cualquier niño que conoce al Tío Gilito sabe que el oro es bueno, que es preciado, que es lo mejor. Y luego estaba el dibujo. A primera vista, reconocía a Superman con su perenne caracolillo en el pelo y su sonrisa optimista. A su lado también estaban Batman y Wonder Woman, que pese a vestir trajes ligeramente distintos a los que había visto hasta entonces, eran reconocibles. Sin embargo, con el resto de personajes no lo tenía tan claro: se asomaba una cabeza alocada y me percataba de que debía ser Plastic Man, el que salía en los dibujos de la tele; la verdad es que nunca me había planteado que pudiese ser un personaje de comic. Otros, como Flash o Green Lantern, eran completamente distintos de las versiones que conocía, uno con un ¿orinal? en la cabeza y otro con una espantosa capa morada. Ya no hablemos de Johnny Quick, Starman o Robotman, absolutos desconocidos para mí. Los aviones de Blackhawk que volaban sobre sus cabezas... bueno, no les di mayor importancia.
Visitaba el kiosko con asiduidad, una o dos veces por semana, y el libro siempre estaba ahí, siempre en la misma posición, mostrando valientemente su cara al sol. Nadie lo compraba. Nadie lo solicitaba. Parecía que solo a mí me interesaba y en una ocasión pregunté por el precio: 2700 pesetas. Yo llevaría ¿100? pesetas en el bolsillo, tal vez 200 si la cosa había ido bien. Aun suspendiendo los exámenes de matemáticas tenía claro que las cuentas no me salían. A sabiendas de esto, no quedaba otra que contentarme con verlo semana tras semana. La portada, desde la calle y una vez dentro, también la parte trasera. Y ahí estaban Superman, Batman y Robin sonriendo, con un texto flotando sobre sus cabezas que hablaba de cómics de 1930 y 1940 y el logo de DC Comics, ese mítico logo en blanco y negro con la cuatro estrellas. Por si me quedaban dudas, el precio también era visible una vez me fijé detenidamente y, como había dicho el kioskero, ascendía a una cantidad de dinero que no había visto en mi vida.
Seguía visitando el kiosko, siempre yendo directo a la estantería donde estaban los tebeos, concretamente a la tabla que quedaba más cerca del suelo. Debía ser incómodo agacharme tanto, pero a esa edad uno es de chicle y no tiene tantos reparos. Obviamente, había una razón para que los cómics siempre estuviesen en un sitio tan poco visible. Sin embargo, a mí me daba igual, mientras siguiesen llegando. Allí había decenas y decenas de cómics entre novedades, varios ejemplares y capítulos de hacía un año: Spidermans, Patrullas-X... muchas Patrullas-X, a decir verdad, muchas, tantas que no sabía cuál era la diferencia entre cada una. Aunque para mí, era la época de Spiderman 2099, Daredevil: La caída del paraíso, La guerra de los heraldos o Hulk: Las guerras troyanas. Todo esto es Marvel y publicado por la siempre preciada Forum. Los cómics de Zinco-DC, en cambio, no estaban allí. El kioskero los separaba para aclararse a la hora de hacer las devoluciones, según me diría algún tiempo después, y le dedicaba un espacio aun más inaccesible y escondido: había que pedir permiso, pues estaban detrás del mostrador y, cómo no, en un estante a pie de tierra, ocultos además por una silla que había que apartar necesariamente, todo esto en apenas unos pocos metros cuadrados. Como si fuesen un tesoro, ahí se podía encontrar algún número de Batman o Superman completamente inmaculado. A veces, tanto esfuerzo era inútil, pues el kioskero no pedía ejemplares.
Mientras, el libro de oro seguía en aquel escaparate... hasta que un día pude comprarlo. Debió ser mi primer comic en formato tomo, la primera edición de lujo que me llevaba a casa, mi primera compra desorbitada. Os diría que pude ahorrar lo suficiente, pero... en realidad, llegué al acuerdo de pagarlo a plazos y así es que durante varios meses estuve pagando pequeñas cantidades hasta llegar a las 2700 pesetas. Creo que el propio kioskero se alegró de quitarse de encima aquel muerto, la verdad. Al margen del tema económico, recuerdo llegar a casa y quitar el plástico que envolvía el comic, abrirlo por la mitad y notar ese fuerte olor a papel impreso que llevaba contenido tanto tiempo. También me acuerdo del primer crac, que me advertía de que a poco que lo usase, las páginas se caerían como hojas otoñales -y eso fue lo que ocurriría, de hecho. Pese al molesto sonido, comencé a devorar las historias que contenía el libro. Probablemente, me llevé alguna decepción. Seguramente, también sentí estar leyendo unos relatos históricos. ¿Los Boy Commandos? Sí, vale, lo firmaban Joe Simon y Jack Kirby, pero era infumable. ¿Las historias de Batman y Superman? Muy buenas. ¿Jack Cole en Plastic Man? Madre mía, que dibujos más geniales. Y así con todo. Había cosas buenas y cosas malas. En cualquier caso, el orinal de Flash estaba de más y la capa morada de Green Lantern no pegaba ni con cola.
Creo que con el paso de los años lo que más he apreciado de ese libro son los artículos firmados por guionistas, editores y consultores sobre la Edad Dorada o Edad de Oro, según la traducción -que, por cierto, claramente estos textos fueron traducidos al español por alguien que no tenía conocimientos sobre comic. Me refiero concretamente a la introducción de Roy Thomas:
"La Edad de Oro del Comic tiene siete años". Yo no sé, y en realidad no importa, quién acuñó esta frase inmortal. Pero en cierto modo, es cierta. (...) Para mí, la Edad de Oro del Comic duró desde finales de 1930 hasta 1950 y terminó en el instante en que desdoblé aquel ejemplar de All-Star Western que había osado usurpar el nombre de un comic que ni tan siquiera era digno de atar las correas de su capa. Supongo que, para mí, la Edad de Oro del Comic tuvo cuatro años. O cinco. O seis. O tal vez incluso siete.
Después de leer aquellas líneas comenzaba a entender qué era la Edad de Oro del comic norteamericano. Pero también empecé a comprender que el propio lector tiene su edad dorada y que depende de sus propias vivencias. Por eso, la mía fueron aquellos años en los que Cómics Forum y Ediciones Zinco aun existían, no había Internet y todavía compraba los cómics en el kiosko de mi pueblo. Y supongo que en algún momento debió terminar, solo que prefiero no saberlo.
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